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Thursday, January 18, 2007

Relato: Las Navidades de Germán

 Las manos tenían cinco dedos y cinco años pero no temblaban de miedo sino de frío. Volvieron a tirar del cable suelto otra vez. Nada. El gran árbol seguía iluminado por luces intermitentes. Tiró de otro cable. Esta vez sí. Se fue la luz suavemente en una muerte dulce seguida por la maldición de un empleado de la recepción del hotel.
 
 El niño salió del hall y se dirigió al gran comedor preparado para la cena de fin de año.
 
 Todos le llaman don Germán. Es un hombre alto, corpulento, con pelo cano teñido, más próximo a los cincuenta que a los cuarenta.
 
 Don Germán se detiene ante el árbol de navidad tres veces más grande que el que aquella noche ocultaba a la caja de cables del hotel. Han pasado más de cuarenta años. Una mano femenina tira de su manga. Don Germán sonríe, se alisa el traje confeccionado a medida por su sastre de confianza. Nunca compra sus trajes a los diseñadores de moda. Prefiere llevar la tela de lana de ovejas australianas a la sastrería y darle el beneficio a quienes necesitan el dinero para vivir.
 
 Las mesas del salón de los espejos rebosan de comida. Don Germán las contempla con satisfacción. Nada es suficiente para quien pasó hambre con dignidad.
 
 Su esposa habla de árboles de navidad con los invitados.
 
 -Es una pena... Nadie pone el nacimiento. Si de mi dependiera pondríamos un misterio en cada habitación del hotel como hacen mis padres en su casa.
 
 Los invitados, todos con título nobiliario, miran a don Germán. El dueño de la cadena de hoteles "El paraíso" no dice nada.
 
 Sus pensamientos regresan a su infancia:
 
 -Niños, en esta clase pondremos un árbol igualito a los de Finlandia.
 
 La profesora de inglés decoró un abeto que olía a árbol cortado con peluches y cojines de tela. Cuando llegó la clase de religión, doña Pura lo encontró ateo y añadió una estrella que encontró en una caja de manualidades. Después vino la profesora de matemáticas y le añadió unas bolas de colores. El profesor de lengua no añadió ningún adorno al árbol; simplemente les puso de deberes una redacción sobre la decoración de navidad de sus casas.
 
 Germán niño inventó un cuento. En su casa no había árbol, ni belén, ni guirnaldas. Había paro y había hambre digna. Aquellas navidades no iba a haber turrón, ni pavo, ni champán, ni marisco,... Habría una cena como aquella comida de Cristo en la que el Señor multiplicaba el pan y los peces para llenar los platos de los apóstoles.
 
 En el cuento de Germán niño había un gran abeto adornado con lazos rojos, un papá Noel chico subiendo por las ramas hasta la estrella de la cima. Había también un niño pero no en un pesebre. Su niño nacía en un palacio y era hijo de un rey muy rico.
 
 El profesor de lengua se santiguo cuando leyó la redacción. Un niño gritó que no era así la historia de Jesús. Germán niño dijo que él preferiría ser hijo de Herodes que de Dios. Los hijos de Herodes no eran pobres. El profesor de lengua se volvió a santiguar.
 
 -Cariño, nuestros invitados quieren saber quien toca esta noche.
 -Una orquesta independiente, les gustará.
 
 Los invitados sonríen. Don Germán siempre los sorprende. La última vez contrató a unos chicos que tocaban música medieval.
 
 Tenía cinco años aquella noche que dejó el hotel en tinieblas. Era el hijo del jardinero despedido. Hijo único. La gente se imagina que las familias pobres son numerosas pero la miseria no cuenta el número de habitantes de una casa, simplemente llega y se instala en los huecos vacío de la despensa. La suya era una familia digna: buscaba trabajo, no aceptaba... Don Germán mordió el labio inferior. Su familia no aceptaba ni pedía un trozo de pan. Pasaban hambre con dignidad y con resignación hasta que aquello que llamaban Dios tenía a bien conceder un trabajo siempre inseguro y con finiquito.
 
 Germán niño se vengó por primera vez de la injusticia social con cinco años. Desde su habitación, en un humilde bloque de viviendas, observo con orgullo de niño justiciero las parejas que salían del hotel enfadadas y furiosas. No tenían motivo para enfadarse: subían a sus cochazos y se iban a comer las uvas a otro lado.
 
 -¿Quieres?
 -¿Qué?
 
 Don Germán regresa a la realidad. Marita señala la bandeja de turrón de chocolate. Don Germán lo rechaza. Nunca toma turrón en Navidad como recuerdo de su infancia pobre.
 
 Una invitada habla de su hijo. Don Germán sonríe. En los hoteles "el Paraíso" siempre contrata a personas que necesitan un sueldo para vivir. El hijo de la invitada tiene unos padres demasiado ricos.
 
 Cuando suenan las doce campanadas, don Germán suspira aliviado. Las Navidades lo ponen melancólico. ¿Por qué siempre le recuerdan fechas tan antiguas?
 
 Marita lo arrastra hasta la pista. Don Germán vuelve a suspirar. Tienen que abrir el baile.
 
 -¿Ese que toca la guitarra no es nuestro hijo?
 -Sí, Marita.
 -Tiene trece años.
 -Yo a su edad llevaba tres años trabajando.
 -El niño tiene que estudiar.
 -Por supuesto.
 -No te lo iba a decir ahora pero...
 -Dime.
 -Nos divorciamos, Germán. Amo a otro.
 -Estupendo. Año nuevo vida nueva.
 -No estoy bromeando.
 -Yo tampoco.
 -Mi abogado te dirá la cantidad de dinero que me tienes que pasar. Me quedo con la casa de Cancún, el chalé de Canarias, la finca de Toledo, la...
 -Stop, Marita. Sólo te llevas a nuestro hijo cantante, los otros dos han decidido  que se quedan conmigo.
 -Sin dinero no me puedo separar.
 -Una sabia conclusión.
 
 Marita frunce el entrecejo olvidándose de las recomendaciones del cirujano que le hizo el último arreglo facial.
 
 -¿No te importa que tenga amante?
 -Creo que ya no lo tienes. Mi abogado le comunicó que eres una mujer muy cara.
 
 Siguieron bailando en silencio. Germán se sintió un poco Herodes. Había recorrido un largo camino, había jugado fuerte, había ganado. Seguía ganando.
 
 
VOTA POR LA ESCRITORA SMITH



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