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Thursday, May 22, 2008

Relato: Las dos amigas

-¡Te he encontrado!

Preciosa abraza a su amiga Alma con entusiasmo de persona feliz, besa las mejillas sin gota de maquillaje, la mira sonriente.

-Cuánto tiempo hace que no nos vemos? ¿Veinte años? Espera que recuerde... Sí, veinte. Fue un año antes del nacimiento de mis mellizas -abre la cartera y le muestra a Alma las fotografías de dos chicas casi veinteañeras-. Ya están en la Universidad, ¿sabes? Una quiere ser cirujana plástica y otra juez. ¿Qué ha sido de tu vida, Alma? Veo que sigues con tu estilo hippy.

Alma se sonroja. El salón está casi vacío de muebles. Un poster de un cantante de los años setenta, que ya nadie recuerda, preside la estancia. En un rincón, una única planta trepa por la pared despintada.

-Me gusta este marrón -cometa Preciosa-. Pintura envejecida. Tienes que darme la dirección del pintor.

Alma se sonroja más. No sabe qué decir.

-¿Qué maquillaje usas, Alma? ¿Dior? No, Dior no es porque yo conozco todas sus gamas y ninguna proporciona ese color rosado tan bonito que llevas. Deberías pintar los labios. Un tono rosa salmón te iría bien.

Preciosa se sienta en una silla que conoció mejores tiempos. La encuentra dura.

-Las sillas de anticuario no van conmigo -comenta-. Mi culo necesita asientos mullidos. ¿No tienes un sillón? ¿Ni un tresillo? ¡Hija! Déjate de hippismos y sumate a los que disfrutamos las comodidades que nos proporciona la industria del mueble. ¡En fin! ¿Qué te cuentas?

Alma no cuenta nada. Calla. Sigue escuchando el monólogo de Preciosa, aquella amiga de hace veinte años que conoció en un viaje a Francia. Preciosa no ha cambiado: es tan feliz como lo era entonces, la vida le sigue sonriendo. En cambio, a Alma la vida le dejó de sonreír hace mucho tiempo, tanto que cree que no le ha sonreído nunca.

-Encontré tu dirección en una agenda cuando nos cambiamos de casa. ¿Quieres creer que no me acordaba del nombre de tu calle? Sabía que vivías en un barrio alto, con un mercadillo cerca de tu casa y ¡me acordaba de esas escaleras!-. Preciosa señala las escaleras del jardín que se ve desde la ventana-. ¿No te has casado , Alma? ¿No lamentas haber sido madre?
-Soy hippy.
-Los hippys hacían mucho el amor, tenían hijos.
-Yo soy una hippy solitaria. ¿Cuándo marchas para Barcelona?
-Puedo quedar en tu casa una semana. Paco está de viaje de negocios en Nueva York y las niñas no me necesitan. ¿Te gusta mi nuevo peinado? Me costó decidirme, pero ahora estoy encantada. Mi peluquero tenía razón: el pelo corto me da un aire juvenil. ¿A qué peluquería vas tú, Alma? Esas mechas que te ponen son demasiado blancas para mi gusto.

Alma no puede más. Le dice a Preciosa que tiene que salir.

-Ya te llamaré, Preciosa. Tengo cita con mi nuevo novio. No, no me interrumpas. No puedes venir. Lleva tu maleta para el Ritz y queda en Madrid una semana o el tiempo que quieras -la empuja amablemente hacia la salida, evita los besos de despedida, cierra la puerta, se apoya en la puerta cerrada y suspira.

El espejo del pasillo recoge su rostro perdiendo el maquillaje del sonrojo y su media melena plagada de canas.

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