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Wednesday, January 16, 2008

Relato: El premio

Alberto mira la vida con ojos de animal herido por la tempestad. Apura el paso para combatir el frío con grandes zancadas. Un grado bajo cero marca el termómetro. Tres segundos después pone la hora: las nueve y media. Alberto pone en hora su reloj mental fijándose en los números luminosos de la pantalla publicitaria.

Su último reloj pertenece al pasado. Lo conserva sobre su mesilla, al lado de la cama, como un trofeo. Se lo había regalado Marita.

-No debes gastar tu dinero en mí -le dijo Alberto.

Marita, su Marita, lo besó borrándole las palabras con sus besos de novia ilusionada.

-¡Me han contratado! -exclamó elevando su voz adolescente sobre el ruido del tráfico-. Seré la criada de Concha Velasco. Así se empieza en el teatro, Alberto, de criada. Después pasas a hija de la protagonista y finalmente te dan un papel de actriz principal.

¿Qué habrá sido de Marita? Alberto no la volvió a ver desde el día que fue hija de la actriz principal en la Latina. Salió del teatro sin risa, pero con cara de felicidad contenida en una mueca de remordimiento.

-Ya no me amas, ¿verdad?
-¿Cómo lo sabes?

Alberto no le dijo que la había descubierto besando al director de la obra de teatro. ¿Para qué decirle nada? La comprendía. Marita quería ser una actriz protagonista.

Siguió viviendo su existencia fracasada, ahora sin una novia de testigo de sus pantalones de baratillo y sus zapatos de ocasión. Durante unos años conservó algún sueños. Ahora Alberto ya no sueña, clava los ojos como puñales en el currículum plastificado que pasea día tras día por una ciudad sorda a sus calladas súplicas.

-Te han llamado, Alberto -le dice su madre-. ¡Vaya! ¡Otra vez! Coge ese teléfono, hijo. Seguro que es para ti.

Alberto no cree lo que escucha. No es posible.

-¿Dice que he ganado el concurso de fotografía? ¿Y cuánto voy a cobrar?

Se muerde los labios. Un ciudadano próspero no preguntaría el importe del premio. Su interlocutor le comunica la cifra como un hombre del tiempo anunciaría un cambio de temperaturas. No era para dar saltos de alegría. ¿Qué son tres mil euros?

Para Alberto, un ciudadano sin empleo, un socio obligado de la oficina de desempleo, son mucho, muchísimo. Se clava las uñas cortadas en el pantalón viejo, mira el jersey desteñido, observa su muñeca desnuda del reloj de Marita, contempla los zapatos que piden otros para el relevo. Tres mil euros son mucha dignidad para un hombre sin trabajo.

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