LIBROS PARA TODOS

Friday, February 02, 2007

Amando en verso

 Querido diario:
 
 Hoy tengo que hablarte del señor Adiós. Lo he reencontrado en el siglo XXI. Era él. Se lo dije y lo negó. Nunca le creí. ¿Qué importaba que su nombre de bautismo no fuera el mismo? ¿Qué importaba que fuera más alto y más rubio? Cien años son tiempo suficiente para rejuvenecer a un hombre que se niega a envejecer y a cambiar de costumbres. El señor Adiós no ha cambiado. Sigue preocupado por la lista del Forbes. Un siglo lleva con la misma preocupación. ¿Te acuerdas, Yolanda, cuando te dijo que quería ser rico y famoso? Le dijiste que ni siquiera tú, siendo una escritora que aspiraba a dar a conocer su obra literaria, soñabas con un puesto destacado en la lista de los millonarios Forbes.
 
 El señor Adiós te dijo adiós justo cuando abría una nueva empresa, cerraba el chiringuito fracasado y empezaba a arrimarse a aquella mujer con la que soñaba hacerse una foto. Quería un artículo en la prensa que alabara su empresa naciente. Un día descubrí en "La voz de Galicia" un articulito en las páginas de economía. El señor Adiós no aparecía. Supuse que estaba griposo y evitó una instantánea en la que no podía salir hermoso. No perdió la ocasión en "Cinco Días". ¿O fue en "Expansión"? No recuerdo. Sólo sé que está vez salía rodeado de socios que también aspiraban a la riqueza y a la fama.
 
 El señor Adiós le dio a Yolanda mucho juego literario. Nunca levantó el adiós ni le pedí que lo retirara. Soy tremendamente orgullosa, aunque no tanto como supone él. El señor Adiós un día descubrió mi nombre en primera entrada de Mr. Google y corrió a darme la noticia. Lo escuché con indiferencia. Se tomó un tiempo para enamorar a Yolanda. Quería ser muso. Lo consiguió. Poco a poco ocupó el sitio que había dejado vacío su otro señor Adiós en el siglo XXI pero, a diferencia de su predecesor, nunca llegó al corazón de la poeta. Ahora ha quedado en su adiós, en el palacio que le estoy brindando día a día, en su amor a la Princesa que llama Reina y que quiere rosa sin espinas. ¿Dónde hay una rosa sin espinas? Digamelo, señor Adiós. Yo no puedo llevársela pero estoy segura de que la escritora Smith se la brindará en un verso suelto alguna noche de luna llena.
 
 Que sepan mis lectores que mis poesías, mi prosa y todas mis letras llevan una dedicatoria doble desde hoy: a los lectores y a un lector llamado señor Adiós.
 
 
 
Amor salvaje enamorándonos
jardín en selva convertimos
palacio en choza transformamos
pasión incendio devorándonos.

Salvajes instintos arrastrándonos
rompimos leyes con obstáculos
a saltos las barreras superamos
fronteras cayeron empujándolas.

Libertad libre, amor salvaje
salvaje libertad enamorándonos
sin leyes, ni barreras, sólo campo
sin jardines, ni palacios, ni asfalto.
 
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