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Wednesday, June 04, 2008

Relato: "Un novio butanero"

 Fernando estaba allí porque su último ligue, una nigeriana con cara de niña, lo dejó plantado. Por eso decidió acercarse a ver a las viejas: su madre enferma de demencia senil y una tía que no estaba más cuerda.
 
 -¿Quién eres? -le pregunta la tía Herminia mientras Fernando la mira en silencio pensativo.
 -Es tu sobrino, tía -grita su hermana Lola desde la cocina.
 
 Lola era la solterona a la que nunca se le conoció novio ni otro amor que no fueran los santos a los que rezaba en la iglesia. Todos los días se acercaba a Santa Eulalia para pedir por los suyos. Los santos nunca le hicieron mucho caso: la vida de Lola siempre fue tan gris como una tarde sin sol. Llevaba seis años enclaustrada, sin más compañía que la de dos ancianas que se negaban a morir.
 
 -No me quedo a cenar, Lola.
 -Mamá está durmiendo la siesta. Espera a que despierte.
 
 Fernando se sienta en una silla medio mareado por el olor a ajo que inundaba la cocina. Su hermana le echaba ajo a todas las comidas. Fernando se fijó sorprendido en el mandil de Lola. Un dibujo de una Harley Davidson adornaba el gran bolsillo central de la prenda.
 
 -¿Dónde lo compraste?
 
 Lola se sonroja. Contesta con voz poco convincente que lo ha comprado en las rebajas.
 
 -¡Mentira! -chilla la madre desde la puerta de la cocina-. Se lo regaló el novio, si lo sabré yo. Es una mala hija. Nos va a abandonar para irse con un butanero. ¿Has oído, hijo? ¡Con un butanero! Tu hermana anda liada con un hombre feo que reparte bombonas. Va a pasar más hambre que los de África. No, yo no le daré comida. Yo...
 -¡Calla mamá!
 -Bien, me tengo que ir... -empieza a decir Fernando.
 -¿A dónde vas? -lo interrumpe su madre-. ¿Con qué fulana andas liado? ¿Vas a tener hijos algún día? ¿Seré abuela antes de morir? ¿Vas a poner luto por mí? ¿Llorarás en mi entierro? ¿Me pagarás la novena?
 
 Fernando tapa los oídos y marcha, corre por las escaleras, sale del edificio, busca su coche. La vieja contagia locura. ¿Y qué decir de la tía? Nunca lo reconoce. Lo mira como si fuera un ladrón. Lola, piensa Fernando, debería fugarse con el butanero o con quien fuera. Cuidar a dos ancianas locas no es vida. ¡Cuánta razón tienen los defensores de la eutanasia! Vale más una muerte digna a tiempo que una vida indigna fuera de hora. Fernando pisa el acelerador. Tiene prisa por poner distancia entre él y su extraña familia de viejas locas. No, no tendrá hijos. La nigeriana quiere ser madre, pero él no está por la labor de pasarle a un descendiente los genes seniles de su progenitora. Tampoco pondrá luto cuando mueran las viejas y mucho menos pagará misas. Es ateo.
 
 Fernando pisa el freno. Acaba de ver a su último ligue con otro delante del bar. La nigeriana besa a un butanero. Fernando sonríe. Su hermana Lola, con sus kilos de más y su pelo sin peluquería, pocas posibilidades tiene con los butaneros.



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