No había mirado la selva
y pensaba que no amanecían
las hienas cerca de mi prosa.
¡Vaya si había!
Encontré cuando paseaba
la primera hiena envidiosa
ladrando una mala crítica.
¡Vaya con la hiena!
Quise correrla a palabras,
pero ¿para qué manchar
mis pinceles pintando
su duro hocico perruno?...
Prefiero seguir levantando
jardines de rimas bonitas
y dejar las cloacas fangosas
a la hienas y a las ratitas.
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