Querido diario:
Ayer vi a mi muso. Sí, al primero. Lo vi sin que él supiera que lo miraba. Una vez más me pregunté por qué me gustará ese tipo de hombre.
Yo necesito un hombre que me haga soñar. La normalidad del hombre familiar, que no aspira a otra cosa que sea familia y más familia me asusta. No me imagino comiendo en la casa de los suegros los domingos, ni conociendo a una nueva familia; ni siquiera me veo a mí misma reproduciéndome en niños que quiten mi sonrisa y los ojos del padre. ¡Por Dios! Eso lo hace todo el mundo. Una y otra vez, la gente insiste en la familia como si fuera un trozo de paraíso.
No, la familia no es ningún paraíso. Es un reflejo de la sociedad; una microsociedad, un colectivo. Y los individualistas que aspiramos a la libertad individual no pintamos nada dentro de una familia. No queremos una cuñada ni una suegra que nos critique. Tampoco aguantamos las cenas de Nochebuena ni demás reuniones familiares en las que quieras o no vas a que te critiquen y cuando sales dices: Dios mío, ¡qué alivio!
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La navidad te encanta, Adán mío,
gritas ¡yupi! ante escaparate lindo
gimoteas por los regalitos míos
mirando en el calendario si es día.
No lo es aún, Adán querido,
espera dejando pasar los días
tacha laborables con festivos
hasta poder abrir los paquetitos.
Eres un malo ingenuo niño
enamorado de un paraíso imposible
lo buscas con nueva compañía
labrando una parcela día a día.
Abrirás los regalos suspirando
sin perder nunca la esperanza
el último envoltorio rasgado
llevará regalo de tu Eva mala.