Cuarenta años tardó el electricista de Picasso en descubrir su latrocinio. El hombre guardó en su casa 270 obras del pintor malagueño sin hacer ningún intento de venta hasta que la vejez le hizo perder la prudencia. Cuatro décadas después se hace justicia con dos años de prisión para el electricista y su esposa. La avanzada edad de ambos los salvará de la cárcel.
Una quiere pensar que este electricista francés no sabía lo que robaba. Lo imagino poco fan de Picasso. Seguro que llevó unos dibujos como podría haber llevado los garabatos de ese nieto al que el juez le entregará las obras sustraídas para reírse con su esposa después de cenar. Hay muchas personas que no pagarían un euro por un Picasso. La pintura cubista no les entra en la cabeza.
Seguro que el electricista estará pensando que no era para tanto juicio su robo. De saberlo hubiera intentado colocar las obras picassianas en el mercado negro. No hubiera ido a la Fundación Picasso a preguntar si aquellos dibujos valían o no valían. La ignorancia en arte lo llevó al banquillo. Su esposa debe pensar lo mismo. Sentada en el banquillo ponía cara de no entender. ¿Qué hacía ella allí? Pagar las culpas de un marido e tuvo la mala suerte de hacer unas chapuzas en la casa del autor de El Guernica. Suele pasarle esto a las fieles esposas: sin comerlo ni beberlo acaban acompañando al marido hasta en el banquillo.
Las obras robadas regresarán a manos de la familia del pintor. Los harán más ricos. Dicen que será un nieto el propietario. No me extrañaría que los otros herederos de Picasso también quisieran algún dibujo. Ellos, a diferencia del electricista, conocen el valor de las pinturas del malagueño. Por algo llevan viviendo de rentas desde que han nacido.