La gente más guay está en el botellón. Ignacio lo piensa cada viernes cuando se sienta en el escalón de siempre en un céntrico parque rodeado de vecinos jubilados que espían la borrachera joven mientras rezan. Lleva un año frecuentando aquellos parajes de niños de instituto público vestidos con marcas de contrabando. Siente que le falta un hervor para alcanzar el descaro de los hijos del proletariado, que su madre considera analfabetos funcionales, y él ve como intelectuales hippys.
Se pasan la botella de la mezcla etílica. Ignacio le da un trabo largo para impresionar y lo consigue gracias al grito estridente de la vieja del 4ºA. Media peña aplaude la borrachera del pijo, la otra media insulta a la anciana con rulos y bata estampada que en vez de dormir grita.
Uno de los jóvenes, muy líder, pide silencio. Han llegado los municipales. Toma la voz cantante para decir que son buenos chicos, pero el policía malo les pide el DNI.
Ignacio tiembla. La noche madrileña es fría. Sus temblores, más que el frío, los causa el miedo. ¿Les enseña el DNI? Decide hacerlo cuando ve como los municipales apartan a un chico del grupo para llevarlo a identificar a comisaría.
-Ignacio... ¿Tú no eres el hijo de...?
Todos lo miran. Ignacio se mira la camisa empapada de calimocho. No se siente un digno "hijo de", pero tampoco quiere serlo. Quisiera ser un chico simpático como sus compañeros de botellón.
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