La vida es como una tortilla: por abajo te quemas y por arriba bien vives.
El hijo de Dolores andaba por el lado malo. No es que él lo buscara. ¡No, señor! Fue la vida la que le trajo la mala suerte.
En la escuela nunca fue buen estudiante porque la cabeza no le daba para más. Siempre fue alumno de aprobar por los pelos y pasarse por los exámenes de septiembre. Yo siempre lo recuerdo con su mochila hacia la pasantía. Dolores gastó mucho dinero en el chaval. Pero más gastaría cuando le puso el bar de tapas variadas.
El chico abría antes que nadie, pero por mucho madrugar no amanece antes. Los clientes no iban. Se quedaban en la taberna de Arturo que era a dónde habían ido siempre a tomar vinos sin tapas variadas y a jugar a las cartas.
Al bar del hijo de Dolores iban los turistas, pero por aquí no viene visitantes con dinero. Sólo se acercan los de la alpargata que compran una bolsa de patatas fritas y una botella de agua. Cuando descubrieron que el hijo de Dolores no cobraba la agua del grifo dejaron de pedirle agua embotellada. Vendiendo sólo patatas fritas no se puede sacar adelante un negocio que paga impuestos.
El chico echó el cierre a los tres meses. Dicen que marchó a Canarias a trabajar de camarero porque allí los turistas son alemanes que dejan buenas propinas. Dolores no habla nunca del hijo ni del bar de tapas variadas. La pobre aún anda pagando a los bancos la aventura empresarial del chaval.