Me dan asco las tortilleras y cada día más abundan. Una vez que han salido del armario los hombres enamorados de otros caballeros, tenemos a las señoras jadeantes por otras señoras a la caza de la tonta que se deje sobar por ellas.
Hoy mismo me veo asaltada por una gorda que me sacude su bufanda que no ha conocido un lavado desde que se la vendieron encima. Casi devuelvo. Si no eché la vomitona fue porque nunca desayuno. Desayunar es perder el tiempo por la mañana.
Afortunadamente, la asquerosa de la bufanda sacudida encima de mi chaqueta de invierno impoluta marchó. Esta tarde tendré que lavar toda mi ropa con un desinfectante. Me ha dejado un olor a tortillera encima que no lo aguanto.
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