Querido diario:
Estos días pasados he tenido problemas para acceder a Internet. No podía faltar un regalo de Reyes envenenado por la insolidaridad. Cruzo los dedos para que no me vuelvan a poner la zancadilla.
¿Cuándo podré ponerme a salvo de todo este mundo horrible que me rodea? El dinero es mi única salvación. Vendería mi alma al diablo por tener el suficiente dinero para asegurar el resto de mi existencia libre de precariedades.
Yo no creo en la familia. Por muy cristiano que sea declararse a favor del sufrido matrimonio abierto a la vida, a la suegra, a la cuñada y a la prima de ese marido que te pone una cornamenta más grande que la del ciervo ibérico, no conseguirán los manifestantes de la plaza de Colón una palabra mía a favor de la familia, de esa fuente inagotable de sufrimientos.
Mi sueño es acabar como Coco Chanel: en la lujosa suite de un hotel parisino admirada por los desconocidos que me rodeen. ¿Hay mayor amor que la admiración? Sentirte admirada es sentirte en la gloria. Hoy leyendo los comentarios de mi nuevo proyecto, pensé si mis lectores me admirarán cuando les diga a quien están leyendo.
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En cajas blancas
embaladas con cinta
color cobre claro.
Las Navidades
son un paquete,
un pedido grande,
una cesta en caja,
botellas alcohólicas,
dulces variados,
un pavo sangrando,
un lechón aullando,
y el corderito
gritando asustado
a los langostinos
antes sonrosados.
Una borrachera
embalada en pasta
son las Navidades.
Un derroche loco
para una semana.
Esa caja fría
de supermercado.
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