Querido diario:
La Navidad me parece absurda. Celebrar el nacimiento de un niño pobre, fuera Dios o el vecino del quinto, con comidas sobradas de calorías, regalos innecesarios a todas luces, un buenismo que no existe más que en apariencia durante estas fechas, es ridículo. Eso por no hablar de la felicidad por decreto.
Hay que ser felices. Si no lo eres es igual. Si no tienes motivos para alegrate, consume, regala, come, derrocha. Parece que en vez de finalizar un año, lo que se acaba es el mundo y nos entra a todos una risa histérica.
Cierto que los hay con motivos para ser felices. Hay gente que vive muy bien: buenos trabajos, mejores coches, vacaciones, casas de lujo. A todo eso se llega gracias al correspondiente enchufe. Lástima que no exista enchufe para todos, padrinos para todos, suerte para todos, felicidad para todos.
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A golpe de puntada
un vestido nace
teñido con sangre
de dedos pulgares.
El índice es
colado a pinchazos
y el corazón
un motor sangrado:
yo quiero y puedo,
yo voy a los grande.
Dios en las alturas
cobra mis pecados
con tardes cosiendo
para fin de año.
Las tardes se alargan
en noches de martes
hasta la costura
que vertebra el traje.
Mi vestido largo
verde va chillando:
me robas las ganas
de ser un sábana.