-Démela a mí, por favor -imploró Andrés.
Tenía tanta sed que tragó hasta las arenas húmedas.
El hombre llenó una cantimplora con el precioso líquido.
-¿A eso lo llaman ustedes un pozo? -preguntó Marta-. ¿A un agujero en el suelo sin polea?
-Aceptamos una polea como parte del rescate.
La pintora puso cara de estupor.
-Andando -ordenó otro secuestrador.
Marta intentó subirse a un camello. No se lo permitieron. Quedaban pocos kilómetros para llegar al campamento.
-Tenemos que hablar con el embajador. ¿Tienen teléfono? -preguntó Andrés.
-¿No tenéis móvil?
-Los dejamos en el hotel.
Se empezaba a divisar el verdor de las palmeras al fondo. Un oasis, se dijo Andrés. Intentó rezar. Imposible. Ni él recordaba una oración ni Dios se acordaba de él. Dios había muerto y él quizá también tuviera próximo el finiquito vital. No iba a aguantar un largo cautiverio en pleno desierto.
-¡Eh! ¿No nos dirigimos al oasis?
Los secuestradores no le contestaron. Andrés recordó que los hombres azules vivían en medio del desierto.
$$$$$
El padre Ángel le habla de las buenas gentes del desierto.
-Son muy pobres, Teresa, pero conservan el sagrado valor de la familia.
Teresa se toca la barriga. Sale de cuentas el día doce. Quedan dos semanas. Andrés le prometió asistir al parto. Cuando nació Laurita no se atrevió, pero esta vez estaba decidido. La acompañó a los ejercicios de preparación para el parto con calma de monje. Era un buen marido.
El móvil del sacerdote suena. Lo llama el embajador. No, todavía no han encontrado a los secuestrados. El padre Ángel se lo dice a Teresa, omitiendo el plural. Tendrá que hablar con Andrés.
La carne es débil y pecadora. El padre Ángel reza. Teresa sale de puntillas de la sacristía. Cuando cierra la puerta, el padre Ángel le está riñendo a Dios.
-Padre, ¿para qué has creado la tentación? Mira esa pobre mujer madre de familia y buena esposa, engañada por un marido que no la merece. ¿Por qué los has unido en matrimonio? La Santa Rota va a acabar anulándolo. Una familia rota. ¿Por qué lo permites? Has metido una Eva entre los esposos. Aléjala, Señor, aléjala.