-¿Quién viene esta noche a cenar?
-Oh... lo conoces, ya verás.
Cuando Marta dice "lo conoces", yo me echo a temblar. Mi hermana es una mujer ambiciosa. Siempre invita a nuestra humilde casa a algún famoso que conoce en Joy Eslava, y al que convence de que ella es la hija de alguien importante.
-¿Crees que estoy bien vestida para la cena?
-Estas estupenda.
Me siento ridícula en mis vaqueros. La camisa de seda me da alergia. Enrollo las mangas. Mi hermana dice que parezco una camionera.
-¿Conoces alguna camionera?
Suena el timbre. Marta abre la puerta y aparece un hombre de unos cuarenta años.
-El prestigioso pintor Alex Castillos de las Heras.
-Encantada -digo, aunque no siento ningún encanto hacia aquel hombre delgado como un fideo y alto como la Torre Picasso.
Él parece que tampoco está encantado. Nos mira un tanto desconcertado. Marta le presenta a nuestros amigos, todos compañeros del supermercado, pero bien vestidos gracias a la ropa de marca falsificada.
Alex prueba las cigalas del buffete. Parece que le gustan. Nos dice que felicitemos a la cocinera. Me felicito mentalmente: yo he sido la cocinera de todos los platos.
-¿En qué galería expones tu obra? -le pregunta el reponedor jefe.
El pintor dice que expone en Nueva York.
Mi hermana lo invita a dar una vuelta por el jardín privado de nuestra urbanización. Es tan privado que por las tardes se llena de niños gritones. Cruzo los dedos para que no tropiecen con los del botellón.
No hay suerte. El grito de horror de Alex Castillos de las Heras traspasa todos los tabiques hasta el séptimo piso. Nos asomamos. Nuestro invitado se ha desmayado. Mi hermana lo mira con indiferencia. Nada es perfecto. A veces sus cenas con invitado especial terminan inadecuadamente.
El invitado de esta noche no ha podido aguantar la impresión de un botellón de adolescentes en nuestro jardín privado compartido con el resto del barrio.
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