Pinté los ladrillos blanco roto
con tizas de color marchito
para hacer los sujetalibros
pesados, invencibles y ambiguos.
Sujeté a Don Quijote y a Sancho,
puse firme a Quevedo en su prosa,
dejé recto a un Góngora esquivo
que quería rimar con una rosa.
Los ladrillos aún olían a cemento
de la obra quebrada por la crisis
que dejó las ventanas abiertas
en una casa que fue domicilio.
Puse firme a Larra y sus artículos
al lado de Bécquer y sus rimas,
le hice hueco a una Celestina
que se abrí al final de un capítulo.