-Mi hija es Patricia en recuerdo del Imperio Romano y Magna en honor a Alejandro Magno.
-¡Qué simpática! -exclamó la suegra.
Todos se ríen. El padre de la criatura se emociona. Es el champán, se dice. El vino espumoso francés siempre le provocó lagrimeo.
Una enfermera entra en el nido de felicidad mostrando con profesionalidad una sonrisa mal pagada a fin de mes.
-Tengo que tomarle la tensión.
-Espere -dice la nueva madre -.Estoy intentando hablar con el Colegio de las monjas del niño Jesús.
-Es sólo un instante -insiste la enfermera.
-¿No ve que estoy ocupada? Pepe -le dice al marido-, telefonea tú también a las monjitas. Tenemos que matricular a Patricia Magna.
-¿La van a internar? -pregunta la enfermera.
-¡Calle! -chilla la madre de Patricia Magna-. Soy yo, hermana Margarita. Acaba de nacer mi niña y quiero matricularla para dentro de tres años... ¿Qué tienen también guardería? Perfecto. Se la llevaré después del bautizo... ¿Cómo?... ¡Qué bien! Sí, sí, hermana. Si bautiza monseñor Rouco, ahí será el bautizo de Patricia Magna... ¿Hacen también en el colegio comuniones y confirmaciones?... Pues anoten a mi niña en primer lugar... ¿La boda? No, hermana, el matrimonio de Patricia Magna todavía no lo hemos planeado. suponemos que se casará por el rito católico con el hijo del conde de Salvatierra, pero aún hay que hablarlo... Gracias, gracias... El precio no importa hermana, ya pedimos un préstamo para financiar todos los gastos. Adiós.
La enfermera intenta tomarle la tensión. No hay forma. La madre de Patricia Magna está sin pulso. Le pone el termómetro.
-Esté quietecita, señora.
-¡Soy feliz! Patricia Magna tiene un gran futuro.
-De temperatura está bien, pero la tensión le falla.
-¡Las vacaciones! Pepe, llama al Ritz de París y pide la suite de Coco Chanel. Mi Patricia Magna pasará allí sus primeros días de vacaciones.
La abuela materna de Patricia Magna enciende el televisor. Salen las imágenes de unos cayucos llenos de inmigrantes hambrientos.
-Pobrecitos -murmura -.¿No le dan pena?- le pregunta a la enfermera.
La madre de Patrica Magna anota en su agenda "dar un donativo al padre Ángel".
-¿Cambio de canal, hija?
-No, mamá. Quiero ver el telediario.
Patricia Magna empieza a llorar desconsoladamente. No hay nada que la calme. Rechaza el pecho siliconado de la madre, le da un manotazo al padre, no se deja poner el chupete.
-Estas rabietas se le van a curar en el colegio con enseñanza católica, disciplina, potenciación del esfuerzo, gusto por la belleza, clase de religión,...
La enfermera coge la niña, la examina y le saca un alfiler del pijama rosa.
-¿Cómo se atreve? El pijama de Patricia Magna es un diseño exclusivo de Agatha Ruiz de la Prada.
-El alfiler pincha a la niña.
-Usted no entiende de moda.
-Pero entiendo de niños.
-¿Tiene hijos?
-Una niña
-¿Y a qué colegio la lleva?
-A uno público de Vallecas.
-¿Y trabaja usted en la clínica Ruber Internacional? ¡No puede ser! ¿Oíste, mamá? Me está atendiendo una atea.
La madre de la parturienta intenta calmarla. Los católicos respetan a los ateos.
-Pero, ¿cómo voy a consentir ser atendida por una mujer que lleva a sus hijos a un colegio público lleno de inmigrantes que no saben hablar español?
La enfermera sale de la habitación, cierra la puerta y suspira. Tiene la sensación de ser una apestada. Y la sigue teniendo el día que Patricia Magna abandona el hospital rodeada por su despreciable familia. La enfermera piensa que prefiere ser la apestada que hicieron que se sienta antes de pertenecer a la casta de católicos ricos. Ellos también apestan. Huelen al desprecio que siembran. Dan asco.
La Coruña, 5 de septiembre de 2007
Yolanda Smith